jueves, 1 de abril de 2010

doña soledad

La señora gorda y grande, con el vestido de flores y medias veladas. Labial, pestañina, colorete... estuco, ¡ah! y esos zapatos de tacón; amarillos y brillantes. entró despacito, tocó la puerta, y yo, bajo las cobijas calentitas, puse un pie en el suelo con la intención de girar la llave, de pronto mi cuerpo se sintió tan pesado que caí de nuevo sobre el colchón. Menos mal no abrí la puerta porque la mujer venia decidida a quedarse por un buen rato. Cuando me visitaba tomaba tanto café... no pronunciaba palabra, a lo mejor me escuchaba, pero jamas respondía y ese silencio, ¡ESE SILENCIO!. Olía a humedad revuelta con agua de rosas y una pizquita de polvo, podía quedarse horas con esos enormes "glúteos" sobre la sillita de plástico que había en la esquina, mirando hacia arriba y pensando ¡vaya usted a saber que idiotez!

La dejé allí afuera esperando e insistiendo, hasta que la venció el cansancio, o el frío, o los ladridos de los perros, Seguramente iba hacia otra casa donde no les importara gastarse todo el café ni recibir visitas a horas no adecuadas. Yo seguí durmiendo tranquila durante semanas.

Desperté pensando en ella, qué triste es la llegada inoportuna, hoy me gustaría sentir que toca la puerta de nuevo y aunque no le daría café, seguramente lograría comprender cada uno de sus escandalosos y malolientes silencios.

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