miércoles, 26 de mayo de 2010

Me dolía tanto... era algo así como si pusieran un fósforo encendido en la punta de mi lengua o me jalaran las pestañas hasta arrancarlas todas. Comenzó a tocarme, pero sus manos no eran suaves ni dulces, sentía cada uno de esos callos secos y ásperos que olían a óxido, a petróleo.

Comenzó por mi nariz, olfateándola y metiendo una lengua amarga por cada orificio hasta saciarse, luego mordió uno por uno todos mis dedos, tan fuerte como fue posible hasta arrancarlos todos -aún no me explico qué utilidad podrían tener, eran tan pequeños- pero él se quedó mirándolos durante varios segundos, luego los amarró con una cinta amarilla, los envolvió en hojas de tabaco y los puso en un rinconcito de la habitación. Me miraba, pero no era la mirada habitual, quería atravesarme, zambullirse dentro de mí y seguir escarbando, sus ojos derramaban baldados de agua turbia sobre mi ombligo hasta inundarlo.

Se levantó, buscó en la caja de herramientas un destornillador. Los codos, los hombros, los tobillos, las rodillas, me desbarataba curioso, como un niño a su juguete nuevo. En la caja también había unas tijeras de bronce, las tomó y se dirigió a mis orejas, las cortaba formando figuras hermosas, haciéndome cosquillas, hasta apagarlas. Mis cabellos los enredó y roció de sal al igual que el resto de mi cuerpo, duró días arrancando cada hebra hasta dejarme la cabeza como una bola de boliche. Me dolía tanto…¡en el útero!, sí, me dolía en mi útero con forma de árbol frutal, tanto que éste empezó a crecer y a hincharse hasta reventar.

Introdujo su cabeza en mi estómago hasta estar dentro, yo me retorcía y gemía al ver mi vientre desfigurado, entonces, tuve que parirlo. Salió envuelto en un líquido transparente, olía a tierra, a hierba seca, a caña… me dolió aún más, mi piel quedó flácida y cansada. Lloré hasta que se agotaron las reservas de agua y de sal que guardé durante tantos años, lloré hasta fundirme con todo eso que me dolía, hasta escurrirme.

Volvió de nuevo y comenzó a besar mis labios, besos oscuros, vinagres, rancios, los succionó hasta tragárselos, para continuar luego con mi sonrisa. Los senos los agarró como si empuñara mi dolor y al retirarlos, los amasó y los guardó en una caja de madera. Luego, comenzó a envolverme con un hilo verde, desde las caderas hasta el cuello, constante y paciente, apretando fuerte, cortándome la piel y dañando cualquier figura que mi cuerpo hubiera poseído antes, convirtiéndolo en una sola cosa, apretando fuerte, hasta que el verde fue tornándose granate. ¡Me dolía tanto! que no pude dejar de mirarlo.


Alicia.

lunes, 24 de mayo de 2010

Ellas

Note hoy que no tienen un lugar acá.
Y hoy fue un día especial por que Alice y yo recordamos lo diferente que somos, los proyectos tan distintos que tenemos cada una y lo poco que nos vemos ahora. Y aún así se nos salió la sonrisa de sólo pensar en ustedes.
Un acto cursi y público para las mujeres mas bonitas del mundo.

Al Lector

Señora o Señor Lector!

Sí, Usted, el que no se ha cansado de abrir el Blog y ver lo mismo siempre. A usted le agradecemos por abrirlo hoy. Confesamos que hasta se nos pasó por la cabeza dejar el proyecto de Del90 porque sentíamos que no teníamos mas que decir, pero gracias a Alice que tiene más cordura que la mujer que les escribe no lo cerramos.

De mí no hay excusa, no escribía hace mucho por pereza, por falta de motivación, por que nada salia en letras o en cosas coherentes, porque en definitiva por estos días no era un ser pensante. Alice porque de verdad esta muy ocupada. Ya no tiene tiempo ni pa' mi.

Al final hoy fue un día especial. Espero no se repita y que cada vez que abran el Blog vean algo digno de leer.
Esperamos comentarios, así sea pa' decir: "Hola".

Que tengan una vida buena.

Carolina P

Mari

Mari era así, la peor contadora de historias en la mismísima historia, me sorprendía con qué facilidad una historia que podía ser fantástica o llena de risas ella la volvía algo insípido y poco digno de escuchar, pero ella nunca en caía en cuenta o no le importaba y seguía hablando sin parar: Nos contaba sobre los libros que leyó, sobre sus viajes a la nieve, de sus novios y mil amantes excéntricos. Tenía mil historias, por ende mil historias que arruinar. Odiaba que contara las historias que nos habían sucedido juntas por que le quitaba brillo y emoción y eran historias tan verdaderamente locas que me daba rabia que la gente no les prestara atención. Ese es otro detalle de Mari, con ella nada es normal, suceden cosas tan salidas de este mundo, cosas que a mí, la persona más completamente normal y sin nada extraordinario, parecían lo último y más impactante.

Mari no lo comprendía, no sabia todo lo que me impactaba ella y su mundo de ideas y risas. Y seguía riendo, riéndose de mí, de ella, de vos, de todos, del mundo. A Mari le parecía absurdo este mundo tan gris, este mundo de producción y de sueños de riqueza. Mari se reía de tu ropa, de tu falta de seguridad, de tu falta de imaginación, de tu miedo a vivir, de tu miedo a conocer. Se reía de los sueños pequeñoburgueses de vivir en paz y con comodidades en un hogar con hijos, carro y perro. Se reía de la gente que se cree inmune a todo, se reía de la gente con miedo a amar y en esto claro, se tenía que reír de ella misma.

"Mari Mari" Le decía yo para que me mirara cuando se quedaba absorta mirando la ciudad desde el metro, me miraba y me decía - Qué extraña es esta ciudad, está podrida, está desviada pensando en silicona- Y a los cinco minutos volvía su risotada.

Había días en que no la soportaba y cuando nos encontrábamos no le hablaba al menos en los primeros quince minutos. Ella, claro, no le prestaba atención a esto y seguía hablando y hablando y riendo y riendo, mostrando sus dientes amarillos por el cigarrillo y moviendo sus bellos cabellos castaños y arruinando cada historia que contaba. Me contaba del viejito que vio mientras venia a mi encuentro, de la película que se vio, del hombre que conoció en un parque y se parecía a su padre, de todo de todo hablaba. Hasta que yo no podía más y me unía a su risa.

Mari era un mar completo, profundo, negro y turbulento en unas partes, en otras cristalina y con poca profundidad, esta última era la parte que todos conocían de Mari, la de las risas e historias malas. A mí me tocaba a veces la parte negra. Y aunque esta parte hubiera alejado a la mayoría, a mí me unió más a ella. Por eso tal vez ella soportaba todo de mí y solo se reía de mis incoherencias y de mi falta de seguridad. Éramos de verdad amigas. Yo hacía que el mundo de Mari se mantuviera estable. Hacía que ella soportara un poco las injusticias de la vida, que no condenara a todo con lo que tenía que vivir, en sí hacía que Mari soportara este mundo artificial sin que se matara o matara a todos. Como escape a esta ciudad podrida ella tenia la risa y a mí.

Pero un día Mari no aguanto más, ya no era capaz de reírse de todo lo feo del mundo, por que de verdad ya le dolía mucho, le dolía el pecho, la cabeza; tenía jodida su existencia cuestionándose todo. Y un día Mari me dejó una nota debajo de mi puerta: "Me voy de esta ciudad de putas y siliconas, de gente cómoda comprando y de mentes sin memoria. Me voy a hacer parte de la solución". Esa fue su despedida, digna de todo el dramatismo que perseguía a Mari.

Yo hoy sigo acá, pensando en ella. Y preguntándome que tendré de malo o de bueno que no fui capaz de seguir a Mari.


Carolina P