Mari era así, la peor contadora de historias en la mismísima historia, me sorprendía con qué facilidad una historia que podía ser fantástica o llena de risas ella la volvía algo insípido y poco digno de escuchar, pero ella nunca en caía en cuenta o no le importaba y seguía hablando sin parar: Nos contaba sobre los libros que leyó, sobre sus viajes a la nieve, de sus novios y mil amantes excéntricos. Tenía mil historias, por ende mil historias que arruinar. Odiaba que contara las historias que nos habían sucedido juntas por que le quitaba brillo y emoción y eran historias tan verdaderamente locas que me daba rabia que la gente no les prestara atención. Ese es otro detalle de Mari, con ella nada es normal, suceden cosas tan salidas de este mundo, cosas que a mí, la persona más completamente normal y sin nada extraordinario, parecían lo último y más impactante.
Mari no lo comprendía, no sabia todo lo que me impactaba ella y su mundo de ideas y risas. Y seguía riendo, riéndose de mí, de ella, de vos, de todos, del mundo. A Mari le parecía absurdo este mundo tan gris, este mundo de producción y de sueños de riqueza. Mari se reía de tu ropa, de tu falta de seguridad, de tu falta de imaginación, de tu miedo a vivir, de tu miedo a conocer. Se reía de los sueños pequeñoburgueses de vivir en paz y con comodidades en un hogar con hijos, carro y perro. Se reía de la gente que se cree inmune a todo, se reía de la gente con miedo a amar y en esto claro, se tenía que reír de ella misma.
"Mari Mari" Le decía yo para que me mirara cuando se quedaba absorta mirando la ciudad desde el metro, me miraba y me decía - Qué extraña es esta ciudad, está podrida, está desviada pensando en silicona- Y a los cinco minutos volvía su risotada.
Había días en que no la soportaba y cuando nos encontrábamos no le hablaba al menos en los primeros quince minutos. Ella, claro, no le prestaba atención a esto y seguía hablando y hablando y riendo y riendo, mostrando sus dientes amarillos por el cigarrillo y moviendo sus bellos cabellos castaños y arruinando cada historia que contaba. Me contaba del viejito que vio mientras venia a mi encuentro, de la película que se vio, del hombre que conoció en un parque y se parecía a su padre, de todo de todo hablaba. Hasta que yo no podía más y me unía a su risa.
Mari era un mar completo, profundo, negro y turbulento en unas partes, en otras cristalina y con poca profundidad, esta última era la parte que todos conocían de Mari, la de las risas e historias malas. A mí me tocaba a veces la parte negra. Y aunque esta parte hubiera alejado a la mayoría, a mí me unió más a ella. Por eso tal vez ella soportaba todo de mí y solo se reía de mis incoherencias y de mi falta de seguridad. Éramos de verdad amigas. Yo hacía que el mundo de Mari se mantuviera estable. Hacía que ella soportara un poco las injusticias de la vida, que no condenara a todo con lo que tenía que vivir, en sí hacía que Mari soportara este mundo artificial sin que se matara o matara a todos. Como escape a esta ciudad podrida ella tenia la risa y a mí.
Pero un día Mari no aguanto más, ya no era capaz de reírse de todo lo feo del mundo, por que de verdad ya le dolía mucho, le dolía el pecho, la cabeza; tenía jodida su existencia cuestionándose todo. Y un día Mari me dejó una nota debajo de mi puerta: "Me voy de esta ciudad de putas y siliconas, de gente cómoda comprando y de mentes sin memoria. Me voy a hacer parte de la solución". Esa fue su despedida, digna de todo el dramatismo que perseguía a Mari.
Yo hoy sigo acá, pensando en ella. Y preguntándome que tendré de malo o de bueno que no fui capaz de seguir a Mari.
Carolina P
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